Domingo Noviembre 23, 2025
Queridos hermanos y hermanas,
En cada imagen de una prueba de daltonismo, hay un círculo grande formado por muchos puntos de colores. Dentro de ese círculo, se forma un número cuidadosamente utilizando puntos de colores específicos. Las per-sonas con visión normal del color pueden detectar fácilmente el círculo, reconocer el número en su interior y superar la prueba. Sin embargo, las personas daltónicas, aunque pueden ver los puntos, no pueden distinguir los colores con precisión. Como resultado, pueden tener dificultades para percibir el número o incluso para verlo. Por muy claramente que se les explique el número, se describa su forma y se indique su ubicación, las personas daltónicas aún pueden ser incapaces de verlo, porque la limitación no reside en la claridad de la ex-plicación, sino en su condición visual.
Podemos aplicar esta analogía para reflexionar sobre el Evangelio de este fin de semana y comprender mejor por qué los dos ladrones, aunque en la misma situación, respondieron de manera tan diferente a Jesús. El pri-mer ladrón tenía ojos y podía ver. Quizás incluso había oído hablar de Jesús y de muchos elogios sobre sus enseñanzas, sus milagros y su ministerio en Galilea. Pero, como alguien daltónico, su visión era limitada y sus reacciones, erróneas. Lo que pudo percibir de Jesús colgado en la cruz fue pérdida, sufrimiento, humillación y fracaso. En su ceguera espiritual, se burló de Jesús y le exigió una prueba de poder: «¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!».
El segundo ladrón, sin embargo, vio a Jesús de una manera completamente distinta. A pesar de encontrarse en la misma situación, sufrir el mismo dolor y presenciar la misma aparente derrota, reconoció en Jesús un amor tan puro y un reinado tan real que depositó en Él toda su esperanza. Comprendió la verdad más profunda: que el hombre a su lado no era solo el Rey de los Judíos, sino el Salvador que podía redimirlo y llevarlo a la vida eterna. Reconoció la sagrada realidad de Jesucristo, como quien ve con claridad el número en una prueba de daltonismo. Por lo tanto, se volvió hacia Jesús y le dijo con humilde valentía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino». Al hacerlo, el segundo ladrón superó la prueba más profunda de la fe y fue recibido en el Paraíso, tal como Jesús le había prometido: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Viviendo en un mundo material, influenciados por el caos social y guiados con demasiada frecuencia solo por la vista humana, nuestra visión espiritual puede verse limitada. Por consiguiente, algunos pueden tener dificul-tades para obedecer sus enseñanzas, confiar en su poder y permanecer fieles a la misión que nos ha encomen-dado. Por lo tanto, en la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo como Rey del Universo, elevemos nuestros ojos a Jesús en la Cruz y proclamemos con renovada convicción: «Cristo ha muerto. Cristo ha resucitado. Cristo volverá». Como el segundo ladrón, atrevámonos también a decir con total entrega a nuestro Salvador: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino».
¡Sinceramente suyo en Jesucristo y Nuestra Señora de La Vang!
Reverendo Kiet Anh Ta.
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