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Domingo, Junio 1, 2025

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,

La Solemnidad de la Ascensión del Señor conmemora el momento en que Jesucristo, tras su Resurrección, ascendió en cuerpo y alma al cielo en presencia de sus discípulos. La celebración de la Ascensión se remonta a principios del siglo IV, especialmente en los escritos de San Agustín, quien la menciona como una tradición firmemente establecida en toda la Iglesia universal. La fiesta fue reconocida formalmente e incluida en el calendario litúrgico de la Iglesia tras el Conci-lio de Nicea en el año 325 d. C. Según consta en los Hechos de los Apóstoles, la Ascensión tuvo lugar 40 días después de la Pascua; por lo tanto, la solemnidad siempre cae el jueves de la sexta semana de Pascua. Sin embargo, en muchas diócesis, incluida la nuestra, donde el jueves no es día de precepto, la solemnidad se traslada al séptimo domingo de Pascua.

La Ascensión del Señor ofrece un profundo significado para la vida de todo creyente. Ante todo, revela la sagrada iden-tidad de Jesús como Hijo de Dios y el cumplimiento de las Escrituras. Él es «el Camino, la Verdad y la Vida», quien se hizo hombre para redimirnos, restaurar nuestra relación con el Padre y conducirnos a la vida eterna. Toda Su misión terrenal, incluyendo Sus enseñanzas, pasión, muerte, resurrección y ahora Su ascensión, es el desarrollo del plan divino de Dios para nuestra salvación.

En segundo lugar, la Ascensión no es un momento de partida ni de abandono, sino de empoderamiento y transforma-ción. Al ascender al cielo, Jesús no se distancia de la humanidad ni nos deja en la desesperación. Más bien, nos confía su misión mientras asciende al Padre para prepararnos un lugar. Nos desafía a vivir con la mirada fija en lo eterno, con los pies firmemente arraigados en la fe y el corazón abierto a la alegría del discipulado. Nos anima a ser sus testigos ac-tivos en el mundo, a proclamar su Buena Nueva a todas las naciones y a continuar su obra en la tierra con valentía, amor y esperanza.

Finalmente, la Ascensión es una comisión sagrada, llena de la divina seguridad del Espíritu Santo. Antes de regresar al Padre, Jesús promete enviar al Defensor para guiar a Su Iglesia y empoderar a Su pueblo para llevar adelante Su misión. Por lo tanto, el Espíritu Santo es enviado para fortalecer nuestra fe, iluminar nuestras mentes, inspirar nuestras acciones y encender nuestros corazones con devoción. Nunca estamos solos cuando Él mora en nosotros, camina con nosotros y nos apoya en la vida cristiana. Nunca estamos solos cuando Él nos recuerda continuamente que vivamos nuestra fe con valentía, nos conduce hacia la vida eterna y renueva en nosotros la promesa inmutable del Señor Resucitado: «Yo estoy con ustedes siempre, hasta el fin del mundo». En Sus dones y por Su poder, nos hacemos dignos de ser testigos de Cris-to, miembros de su rebaño e hijos amados de Dios.

¡Sinceramente suyo en Jesucristo y Nuestra Señora de La Vang!

Reverendo Kiet Anh Ta.

Domingo, Mayo 25, 2025

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,

En el pasaje del Evangelio de este fin de semana, Jesús prepara a sus discípulos para su partida y les promete la presen-cia divina de la Santísima Trinidad, que incluye el amor eterno de Dios Padre, la paz eterna de Dios Hijo y la guía del Espíritu. Esta presencia también se extiende a todos los cristianos para que puedan superar todas las barreras y caminar con confianza con Dios en el camino de la vida. Sin embargo, debemos reflexionar en este pasaje del Evangelio como una gracia garantizada de Dios, pero también como una instrucción necesaria para actuar, vivir y responder correcta-mente. Por ejemplo, Jesús nos asegura que Dios Padre nos ama profundamente y desea habitar en nuestros corazones. Sin embargo, esta promesa divina se cumple solo cuando respondemos a su amor con fe sincera y obediencia voluntaria. Nuestro amor por Él debe trascender los pensamientos y las palabras, incluso cuando descansamos seguros en la verdad de que somos sus hijos amados. Se expresa al confiar en su plan y rendirnos a su voluntad, incluso cuando desafíe la nuestra. Debe fluir a través de nosotros y manifestarse en nuestros actos de bondad, perdón, humildad y gratitud hacia los demás. No es fugaz ni superficial, sino que nos llama a una respuesta sincera: “con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas”.

Además, Jesús garantiza que nos deja su paz y nos la da. No es una paz frágil ni efímera, sino la seguridad divina de que nunca estamos realmente solos, ni siquiera en medio de la incertidumbre, el sufrimiento o las pruebas en un mundo que-brantado. Sin embargo, esta paz se vuelve viva y transformadora solo cuando elegimos caminar con Él, llevar la cruz con Él, morir con Él y resucitar a una nueva vida con Él. Debemos recordar que no es la ausencia de dificultades lo que define su paz, sino su fiel presencia en medio de las distracciones, las tentaciones y la agitación emocional. Debemos buscar activamente esta paz eterna no como un escape del mundo, sino como la fuerza para soportarlo todo con Cristo a nuestro lado. Debemos usarla para impulsar nuestros corazones hacia la conversión después de la pérdida, para llamar-nos a la reconciliación después de la desobediencia y para conducirnos a la redención después del pecado. Debemos aplicarla en nuestra práctica diaria como nuestro instrumento espiritual para vivir con esperanza, entregarnos con fe y creer que Jesús es siempre «el Camino, la Verdad y la Vida».

Finalmente, Jesús nos promete que el Espíritu Santo vendrá a guiarnos, explicarnos, compartirnos y analizar por qué debemos obedecer a Dios, qué desea enseñarnos Jesús y cómo podemos buscar la vida eterna. El Espíritu Santo es el aliento mismo de Dios que mora en nosotros, moldea nuestros corazones y nos acompaña diariamente en el camino ha-cia el Reino de los Cielos. Sin embargo, dado que la presencia de Dios Padre es invisible y su plan a menudo supera nuestras expectativas, necesitamos que el Espíritu Santo nos ayude a reconocer su obrar, obedecer sus mandamientos y vivir su voluntad con libertad y fidelidad. Dado que las enseñanzas de Jesús son profundas, a veces desafiantes, pero siempre transformadoras, debemos permitir que el Espíritu Santo nos moldee desde dentro para que podamos creer lo que leemos, proclamar lo que creemos y practicar lo que proclamamos. Debemos superar nuestra comprensión limitada, renunciar a nuestros deseos personales y desconectarnos de las distracciones malignas para seguir verdaderamente su instrucción, aceptar su revelación y comprender lo que es correcto, santo y vivificante para siempre.

¡Sinceramente suyo en Jesucristo y Nuestra Señora de La Vang!

Reverendo Kiet Anh Ta.

 

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