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Domingo Octubre 19, 2025

Queridos hermanos y hermanas,

La oración es la manera en que nos encontramos con Dios, expresamos nuestra gratitud, reconocemos sus bendiciones y profundizamos nuestra relación con él. Para nuestro propio crecimiento, la oración alivia el estrés y la ansiedad, forta-lece la disciplina y la concentración, nutre la fe y la esperanza, fortalece la resiliencia en tiempos difíciles y nos ayuda a mantener el equilibrio de cuerpo, mente y espíritu. Cuando oramos juntos en comunidad, la oración también se con-vierte en una fuente de unidad. Fomenta un sentido de pertenencia, fortalece nuestros vínculos y crea un ambiente de consuelo, apoyo, guía y paz.

Desafortunadamente, muchos dejamos de orar ante los desafíos de la vida diaria y las dificultades de la fe. A veces, la oración se convierte en la prioridad más baja, relegada a un segundo plano por la carga del trabajo, la familia y las re-sponsabilidades. En otras ocasiones, perdemos la confianza en su valor, especialmente cuando Dios parece callar, nues-tras intenciones parecen no ser respondidas o las señales inmediatas que esperamos no llegan.

Algunos podemos distanciarnos de la oración tras alejarnos de Dios, caer en pecado y finalmente sentirnos perma-nentemente indignos de su misericordia. Algunos también nos dejamos llevar por las tentaciones humanas, nos dis-traemos con la distorsión maligna de las redes sociales, nos sacudimos por la división y el conflicto, o nos dejamos in-fluenciar por quienes nos rodean de forma infiel.

Por eso, la parábola de la viuda persistente y el juez injusto nos recuerda cómo orar y por qué debemos orar sin cesar.

Primero, debemos recordar que en la oración, Dios no pide perfección, sino perseverancia. Como sus hijos amados, nun-ca nos abandonamos, aunque nos sintamos débiles, vulnerables o indignos. Ante Dios, la reputación humana se desvanece, la riqueza no tiene valor y el poder carece de significado. Él siempre permanece a nuestro lado, guiándonos, protegiéndonos y apoyándonos como el Buen Pastor que nunca abandona a su rebaño.

En segundo lugar, debemos confiar en que nuestro Dios poderoso, amoroso y misericordioso siempre escucha el clamor de su pueblo. Con demasiada frecuencia, erróneamente pensamos que es indiferente cuando parece silencioso o lento para responder. Dudamos de su providencia cuando «pedimos, pero no recibimos; buscamos, pero no hallamos; y llama-mos, pero la puerta permanece cerrada». Incluso lo culpamos cuando nos desviamos, tomamos malas decisiones y cometemos pecados. Sin embargo, olvidamos que Dios siempre respeta nuestra libertad. Nos enseña, aconseja y guía, pero nunca nos obliga a vivir conforme a su voluntad. También olvidamos que sus planes son mayores, más perfectos y están mucho más allá de nuestro entendimiento. No podemos ver tan lejos como él, comprender tan profundamente co-mo él ni tomar decisiones tan sabias como él.

Finalmente, debemos comprender que la oración no es solo pedir favores a Dios, sino una muestra de fe viva. La verdadera fe no se mide por resultados inmediatos, sino por la perseverancia y la confianza. La oración persistente de-muestra nuestra confianza en las promesas de Dios y nuestra esperanza de que su justicia prevalezca. Se convierte no solo en palabras, sino en nuestra sincera confianza en Él en todo y en todo momento.

¡Sinceramente suyo en Jesucristo y Nuestra Señora de La Vang!

Reverendo Kiet Anh Ta.

 

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